Hace poco me compré un nuevo sintetizador, tras mucho tiempo sin tocar música ni crear sonidos. Volviendo a esta afición, de más de 20 años, pero casi olvidada últimamente, empecé a pensar en todas las máquinas de ruidos que he tenido…
Cuando era pequeño mis padres me regalaron el típico teclado Casio, que años después acabó en el fondo de un sucio local de ensayo. Pero mi primera herramienta de música fueron ¡los trackers!
Corrían los años 90, en mi habitación tenía un PC 386 con una tarjeta de sonido canadiense “Gravis UltraSound” (en aquel momento odiaba la Soundblaster). Gracias a la escena “demo” y las primeras conexiones de internet, conseguí el Scream Tracker, de origen finlandés. Te permitía cargar instrumentos sampleados en 8 bits, y componer canciones usando una matriz; un sistema bastante complejo, pero que si tienes tiempo puedes tener buenos resultados.
Poco tiempo después logré bajarme el Impulse Tracker, una obra de un chico australiano como evolución del Scream Tracker, que entre otras cosas permitía samples de 16 bits. Llegué a compartir canciones vía FTP, e incluso un sueco trató de reclutarme para su grupo de demos. Canciones cortas, pero curiosas, como por ejemplo esta que fue de las más complejas:
Pero necesitaba tocar con teclas de verdad, en lugar de teclas de ordenador. Así que empecé a ahorrar.
Allá por 1997 me compré mi primer sintetizador de verdad, el Yamaha CS1x; 120mil pesetas que valía. Logré reunir la mitad del dinero, y mis padres pagaron el resto. Fui con mi madre a comprarlo al centro de Alicante ciudad y volví con esta nave espacial azul. Con 6 potenciómetros para ajustar filtros y envolventes, fue el protagonista en casa en innumerables ocasiones. Conectado al PC con Cubase, empecé a componer canciones como esta (que se basa en un único sonido del CS1x):
Llegó el año 2000, y amplié mi espectro sonoro con mi segundo aparato, el EMU Proteus 2000. Una máquina bestial para la época: 128 voces, 32 canales, mil y pico sonidos. Pero sobre todo, unas posibilidades superiores de edición de sonidos: diferentes filtros, capas y combinaciones de modulación. Tenía desde pianos reales a ruidos electrónicos. Seguí haciendo canciones, como esta:
Sin embargo, empezó a interesarme más la sintesis de sonido que el crear canciones. Así que logré comprar de 2ª mano una tarjeta Korg Oasys PCI, que incorporaba diferentes tipos de síntesis. Por desgracia la interfaz era bastante mala, y junto con problemas con las salidas de audio, la acabé revendiendo. También compré de 2ª mano un extraño Yamaha QY70, una “unidad musical” que incluía secuenciador y sonidos, pero unos botones demasiado pequeños me hicieron venderla pronto.
No recuerdo exactamente cuando vendí mi CS1x. Ni tampoco cuando me deshice del Proteus 2000. En 2004 me mudé a Barcelona, y acabé cambiando ambos equipos por un flamante EMU PK-6, que básicamente era un Proteus 2000 pero en versión teclado y con algunos sonidos más. La arquitectura de sonidos de estos EMU me gustaba mucho, y tiempo después (circa 2006) me compré la versión extendida, el violeta EMU MP7: incorporaba montones de potenciómetros para manipular el sonido.
Buscando un sonido aun más puro, salté a la síntesis analógica (o analógica virtual) con el Novation KS4, vendiendo el PK-6. La jugada me salió fatal, porque el potenciómetro de datos del KS4 fallaba mucho, y acabé llevándolo al servicio técnico. Tardaron ¡1 año! en arreglarlo. Y aun así, nunca me acabó de gustar.
Tiempo después me mudé de casa, y vendí el KS4, comprando un teclado controlador MIDI de 5 octavas para sustituirlo. Pero empezó el declive de mi afición musical.
Cuando me mudé a Corea (finales de 2011) vendí el teclado controlador, y el EMU MP7 se quedó en casa de mis padres, durmiendo casi un año. Acabé llevándomelo a Corea, comprando otro teclado controlador… pero sin lograr que me apasionara más ese hobby. Solo en algún rato de desesperación durante el estudio de coreano cayeron unas notas:
Tres años después volví a Barcelona (finales de 2014). La afición seguía latente, y me tenté a mi mismo comprando de segunda mano un pequeño teclado Novation Xiosynth 25, que acabó teniendo problemas de alimentación y meses después se lo vendí a un estudiante ruso. Un par de años después me compré de oferta un Yamaha MX49, pero nunca encontró lugar en mi casa y en mi escaso tiempo libre. Entre otras cosas, porque si bien tiene buenos sonidos, su capacidad de síntesis y manipulación del sonido es más bien escasa.
Y hasta aquí mi decadente hobby llegaba. Pero hace un par de semanas me compré un trasto nuevo, y la situación ha cambiado. Cada día llegó a casa ¡con ganas de crear sonidos y canciones!