Seúl es una ciudad que cambia constantemente. Así que visitarla tras un año me permite ver esos cambios. De algunos ya he escrito en el blog, como las bicicletas públicas, o el nuevo parque-corredor verde en el área oeste.
Pero también me ha sorprendido ver nuevas zonas donde está prohibido fumar: desde 100 metros alrededor de las bocas de metro, a varios parques. Y a esta prohibición se le suma la recomendación de no usar el teléfono móvil cerca de las intersecciones, para evitar ser atropellado. Algo que, conociendo el caos de la ciudad, es fácil de imaginar.
Volver a la ciudad como turista me hace ver que hay muy pocas papeleras, ¿o antes también habían pocas? En todo caso, habiendo baños públicos por todos lados, siempre puedes usar las papeleras de estos.
El café es aún más caro, una locura. Aunque este año otra nueva bebida era la novedad. Si hace un par de años la moda eran las limonadas (más bien falsas limonadas), este año parece que las tiendas de venta de zumos se han disparado. Gran idea la de poder disfrutar de un zumo recien batido, pero atención con la salubridad en algunos casos: tuve problemas intenstinales en 2 ocasiones, y muy probablemente fueran por fruta o hielo en mal estado.
Aparte de todo esto, casi todos mis restaurantes favoritos seguían funcionando. Aunque habían varios que habían desaparecido para dejar lugar a la aburrida franquicia. En Seúl cada vez hay más franquicias y corporaciones que roban el lugar a los pequeños locales, y por desgracia a la gente no parece importarle.
Cada año hay más turismo. Pero aun no está masificado. Sigue siendo un placer pasear por el casco histórico por la noche, sin flashes ajenos perturbando el momento. Aun hay magia.